Participando en las misiones
A través de las Escrituras, Dios revela su deseo de darse a conocer entre las naciones y redimir un pueblo para sí (Sal. 96:3; Ti. 2:14). Y Él llama a ese pueblo a acompañarlo en su misión.
Aún así, muchos creyentes siguen sin comprometerse con la labor misionera. Claro, no todo individuo está llamado a ser misionero que debe dejar su país o ciudad, pero para ser obediente a la Gran Comisión, todo cristiano debe estar involucrado en las misiones. En este contexto, te ofrezco algunas razones para animarte a participar en las misiones cristianas:
Pasión por la gloria de Dios
Este es el motivo más importante para hacer misiones. La gloria de Dios es la razón fundamental de las misiones porque Su gloria es el propósito de todas las cosas (1 Co. 10:31). La intención de la redención global es la exaltación de Dios y solo Dios: “Mi gloria, pues, no daré a otro” (Is. 48:11).
¿Qué es la gloria de Dios? Es la manifestación de su infinita grandeza, esplendor, valor, y santidad. Hoy la gloria de Dios es revelada en Jesús, quien es “el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza” (He. 1:3).
Aquellos que han vislumbrado la gloria de Dios en Cristo se caracterizan por una obsesión sana por darle a conocer, a tal punto de ser impulsados a invitar a otros a experimentar su gloria a través de la adoración con plenitud de gozo. Como resultado, los cristianos con una mente misionera no descansarán hasta que Dios reciba toda la gloria que Él merece de toda tribu, lengua, pueblo, y nación (Sal. 96:1-9).
Compasión por los perdidos
Los discípulos cautivados por la gloria de Dios muestran de manera práctica su amor por Dios en cómo aman a los demás (Mt. 22:39). Por amor, Jesús de manera obediente se sacrificó en la cruz por nuestra salvación y para la gloria de Dios (Fil. 2:6-11, 1 Jn. 3:16). Como seguidores de Cristo, deseamos amar como Cristo amó y servir como Cristo sirvió.
Por lo tanto, debemos amar sacrificialmente y trabajar con el fin de ver a otros reconciliados con Dios a través de Cristo. Ser transformados por el evangelio nos motiva a usar todos los medios disponibles a nuestro alcance para ver a más pecadores disfrutar de una comunión con Cristo (1 Co. 9:19-22). Un discípulo de Cristo sin un corazón por los perdidos es una anomalía.
Obediencia a la Palabra
Todo cristiano en la historia vino a la fe a través del evangelio, la palabra de verdad. Dios ha dispuesto su Palabra como el instrumento para convertir, santificar, y producir fruto en nosotros (Col. 1:3-6). Es decir, la Palabra de Dios da fruto cuando es recibida por fe y empoderada por el Espíritu. El evangelio transforma nuestras vidas de tal manera que la obediencia a los mandatos de la Escrituras se vuelve inevitable y natural.
Un verdadero encuentro con Cristo produce obediencia radical. Esta es la evidencia de nuestra conversión (1 Jn. 2:3). Esta obediencia incluye nuestro llamado a vivir como sal y luz resplandeciendo en el mundo, llevando a otros a la adoración a Dios (Mt. 5:13-16). Nuestra responsabilidad y privilegio como pueblo de Dios es proclamar las misericordias y excelencias de Dios a las naciones al vivir de una manera digna del evangelio (1 P. 2: 9-12). Estamos llamados a orar por el avance estratégico del evangelio (Col. 4:2-3).
Todo creyente debe experimentar una convicción a participar con Dios en las misiones globales motivado por gratitud por la gracia que hemos recibido en Cristo.
Compromiso con la Iglesia Local
Sin un compromiso con la iglesia local, no puede haber una participación sana en las misiones. Cada iglesia local es la novia de Cristo, y es el principio y fin de cada obra misionera (Ef. 5:25-33).
A veces encontramos personas que desean involucrarse en las misiones por anhelar la aventura de descubrir tierras extranjeras. Sin embargo, la participación en las misiones globales inicia con ser un miembro fiel y fructífero en una iglesia local en tu propia cultura. Es en este contexto que Dios apartará a unos para ir a las naciones (Hch. 13:2). Es imperativo aprender a hacer discípulos de nuestros propios vecinos que comparten nuestro idioma y nuestra cultura, antes de ser enviados a hacer misiones transculturales.
Una vez que nuestra iglesia local nos encomienda al campo misionero, entonces debemos dedicar nuestra atención al crecimiento espiritual de las iglesias locales en dicho lugar. Cristo prometió construir su iglesia y, en colaboración con Él, debemos involucrarnos en plantar y establecer iglesias (Mt. 16:18). Esto quiere decir que las misiones no terminan con el evangelismo y el discipulado, sino con la plantación de iglesias locales.
Esta es la manera más efectiva de avanzar el evangelio. Estar comprometidos con la plantación de iglesias locales en el campo misionero garantiza la predicación continua del evangelio, ya que las iglesias nuevas abrazan la responsabilidad de alcanzar a sus comunidades (1 Tes. 1:6-10). Si bien es cierto que no todo misionero ni viaje misionero estará directamente involucrado con la plantación de iglesias, el ministerio que realicen debe complementar la labor de la plantación de iglesias. Tener un deseo por involucrarse en las misiones sin el deseo de ver iglesias locales multiplicarse no es bíblico.
Nuestro gozo y el gozo de otros
Esto último puede parecer un motivo egoísta, pero te aseguro que no hay mayor gozo que hacer que otros estén gozosos en Cristo (3 Jn. 4). Hemos experimentado la realidad de que en su presencia hay plenitud de gozo por siempre (Sal. 16:11). Como resultado, nuestro gozo en Cristo nos motiva a anunciar a nuestros vecinos y a las naciones: “engrandezcan al Señor conmigo… prueben y vean que el Señor es bueno” (Sal. 34:3,8).